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Bajo Ebro

Como desvela el espléndido novelista Jesús Moncada, el Bajo Ebro zaragozano vio alterados sus ancestrales modos de vida a mediados del siglo XX, cuando se construyeron las grandes presas de Mequinenza y Ribarroja. Hasta entonces, su universo giraba en torno al gran río, que regaba sus huertas y ejercía de vía de comunicación natural entre el Mediterráneo y la capital aragonesa. En determinados puntos se podía vadear en barcazas que cruzaban de una a otra orilla a personas y vehículos. Y unas singulares embarcaciones (laúdes o llauts) acarreaban pesadas mercancías corriente abajo, con la ayuda de renos y velas, o corriente arriba, remolcadas desde la ribera con sirgas de esparto por caballerías. 

Las primeras poblaciones de la Ribera Baja que el viajero procedente de Zaragoza encuentra a su paso son Pina de Ebro y Quinto. Ambas tienen en común cuantiosos retazos de historia, visibles aún en escondidas aljamas judías, palacios renacentistas e interesantes muestras de arte mudéjar. En el caso de Pina, se advierte la maestría de los constructores moriscos en el convento franciscano de San Salvador y en la torre de Santa María, mientras en Quinto descuella la señorial iglesia de la Asunción, sobre un elevado promontorio. 

A continuación aparecen Gelsa y Velilla de Ebro, dos localidades relacionadas con una colonia romana. La primera, con sinuosas callejuelas de sabor morisco, toma su nombre del asentamiento de la Antigüedad situado junto a la segunda, en un lugar privilegiado de la vega del río. Allí asombran al visitante las ruinas de Celsa, ciudad fundada el año 44 a.C. por Marco Emilio Lépido, aliado de Julio César, en el solar de un poblado íbero anterior. A pesar de su inicial prosperidad, el enclave fue abandonado tinas décadas después de su creación, lo que ha permitido desenterrar casi intacta parte de su trama urbana, surcada por anchas calles pavimentadas. Éstas regulan el tránsito hacia edificios públicos y viviendas, decoradas con pinturas y originales mosaicos conservados "in situ". Junto al yacimiento se ha construido un centro de interpretación donde se exponen abundantes objetos procedentes del mismo y se cuenta su historia. Pero los atractivos de Velilla no se agotan en la antigua Celsa pues también merece la pena acercarse hasta la iglesia mudéjar de Nuestra Señora de la Asunción y a la ermita de San Nicolás de Bari, con un ábside románico y una campana que, según la leyenda, repica sola, sin la intervención de ningún campanero, cuando se produce algún suceso especialmente luctuoso. 

Algo más al sur, el Ebro se retuerce sobre sí mismo en intrincados meandros. A su amparo se disponen soberbios miradores desde donde contemplar el cauce fluvial, ribeteado por el verdor de las arboledas, y una serie de núcleos de población dedicados fundamentalmente a tareas agrícolas: La Zaida, Alforque, Cinco Olivas y Alborge. Todos ellos ofrecen al excursionista sobrios templos parroquiales y notorios ejemplos de arquitectura popular, entre los que sobresalen sus molinos, tanto harineros como aceiteros. 

Sástago y Escatrón son las localidades más pobladas de esta zona, área de la que se extrae la mayor parte del alabastro utilizado en el mundo. Con este tipo de roca, traslúcida y fácil de trabajar, se confeccionan desde la Antigüedad esculturas, celosías, cerramientos de ventanas y objetos decorativos. En alabastro se esculpió el exquisito retablo mayor de la iglesia de la Asunción de Escatrón procedente del cercano Monasterio de Rueda, para el que fue tallado a comienzos del siglo XVII. Dicho cenobio, llamado así por una colosal noria que elevaba el agua del río hacia sus huertas, fue fundado a principios del siglo XIII por la Orden del Císter. Su monumental iglesia, el claustro y las diferentes dependencias monásticas, levantadas en escuadrada piedra sillar de acuerdo a los cánones cistercienses, contrastan con su octogonal torre mudéjar de ladrillo. En la actualidad, el conjunto acoge el Museo del Ebro y el antiguo palacio abacial ha sido convertido en una cautivadora hospedería. 

Desde esa parte del río hacia el Norte, hasta las estribaciones meridionales de la Sierra de Alcubierre, se extienden llanuras y lomas de áspera belleza. Las escasas precipitaciones y las enormes oscilaciones térmicas han modelado un paisaje de suma aridez, falsamente aliviada por una red de lagunas de agua salada. Plantas, animales y el mismo hombre se han visto obligados a desarrollar distintas estrategias de supervivencia, si bien los nuevos regadíos están haciendo cambiar las expectativas de pueblos como La Almolda o Bujaraloz, que cuentan con relevantes casonas renacentistas v barrocas. 

De nuevo en el Ebro nos recibe la presa de Mequinenza, que a causa de su anchura y de sus más de 100 kilómetros de longitud también es conocida como el Mar de Aragón. Desde su entrada en funcionamiento, en 1965, se ha convertido en un paraíso para quienes practican deportes náuticos y, sobre todo, para los pescadores, ya que se repobló con especies importadas, de gran tamaño, como el siluro y el black bass. 
Casi en su extremo norte se sitúa Chiprana. En su cuidado casco urbano llaman la atención los restos de un mausoleo romano del siglo II, empotrados en un muro de la ermita de la Consolación, y la iglesia de San Juan, con un inesperado interior mudéjar decorado con motivos geométricos de vivos colores. Dicho templo estuvo adscrito a un señorío de la orden de San Juan de Jerusalén, que tuvo su centro neurálgico en Caspe

La historia de esta última población está marcada por acontecimientos de gran trascendencia. En su término se han encontrado vestigios ibéricos y romanos, como el llamado mausoleo de Miralpeix. Pero es en la Edad Media cuando pasó a desempeñar un papel de primer orden. En Caspe concurrían varias vías secundarias del Camino de Santiago que remontaban el Ebro procedentes de los puertos de Cataluña y Valencia. Y, en 1412, fue la sede del famoso Compromiso que decidió pacíficamente la sucesión al trono de la Corona de Aragón. De ese periodo tardomedieval datan la colegiata gótica de Santa María, cuyo interior fue devastado durante la Guerra Civil, así cono el castillo y el convento de los sanjuanistas. En Caspe, donde se firmó el primer Estatuto de Aragón en mayo de 1936, también son de admirar diversos palacios y ermitas, junto con la vistosa Torre de Salamanca, una maciza fortificación decimonónica de estampa medieval. 

En la confluencia de los ríos Ebro, Cinca y Segre se alza el majestuoso castillo medieval de Mequinenza, imperturbable y excepcionalmente conservado. La villa es de reciente construcción pues la anterior quedó sumergida bajo las aguas de los embalses. Y lo mismo sucede en el caso de Fayón, cuya antigua torre campanario emerge tenaz cuando la sequía hace bajar el nivel del pantano como testigo mudo de otros tiempos. Ya a orillas del agreste río Matarraña, se suceden Nonaspe,Fabara y Maella. Las tres rivalizan en la belleza de sus iglesias góticas, de sus plazas mayores y de sus Ayuntamientos, alojados en edificios medievales. Fabara, además, posee un panteón romano en forma de templo clásico único en la Península Ibérica y un museo dedicado al pintor local Virgilio Albiac, autor de luminosos paisajes. Maella, por su parte, presume de albergar la casa natal de uno de los precursores de la escultura moderna, Pablo Gargallo, donde se exponen permanentemente algunas de sus obras. 


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